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El autolavado de la moral

A propósito de "El lobo de Wall Street"

Publicado: 2014-02-04

No le falta razón a Ricardo Bedoya cuando dice que “El lobo de Wall Street”, la última película de Martin Scorsese, extiende hasta las tres horas de duración el fragmento de la jornada paranoica de Henry Hill, “perseguido” por un helicóptero, en “Buenos muchachos”. Con esta nueva película es casi imposible reconocer al director de la nostálgica y comedida “Hugo” con el hombre que acaba de dirigir este torbellino de pulsiones que es “El lobo de Wall Street”; lo mejor de esta película son esas ganas de abarcarlo todo. Desde la primera escena de la cinta el exceso nos agobia hasta que terminamos rendidos y cómplices ante la simpatía del buen Jordan Belfort, que lo único que quiere es ser rico a cualquier precio. Claro, todo ello narrado con ese brío que ya conocemos pero que al final termina siendo otro momento irrepetible que los admiradores de Scorsese agradecemos siempre. Se nota en cada plano de la película una entera libertad para ceder ante ese estilo tan propio del director neoyorquino y de sus habituales colaboradores. 

Porque lo que ha hecho Scorsese es contarnos un fragmento más de la gran historia de EEUU y sus miserias más galopantes, esa sociedad que es en realidad la base de todo lo que nos rodea, nos domina y también nos seduce. Además, nos lo cuenta de la manera que mejor conoce: con las herramientas formales y los valores de producción que llevan a los espectadores a convertirse en atentos feligreses, como los agentes de bolsa que miran embobados al lobo-alfa de Belford en cada uno de sus pletóricos discursos.

No son pocos los que insisten en que esta cinta se parece demasiado a “Buenos muchachos”. Por supuesto que sí, pero piénsenlo bien: TODAS las películas de Scorsese se parecen en mayor o menor medida a “Buenos muchachos” (excepto quizá “La isla siniestra”, la película más impersonal de Scorsese) y eso es porque los grandes temas del director –y la forma como nos los presenta– son motivos recurrentes, obsesiones que machacan la mente en forma continua. Los guionistas que armaron esta historia lo sabían muy bien y crearon un material inmejorable para la mirada demoledora del director de “Casino”.

No deja de ser pertinente recordar que el cine de Scorsese, que alguna vez quiso ser cura, está plagado de referencias cristianas, personajes mesiánicos e historias de redención. Los que se apresuran en poner a “El lobo de Wall Street” como una película desmesurada y excesivamente lúbrica, se equivocan en grande.

Scorsese nos muestra las parrandas y escarceos narcóticos como descensos al Infierno en clave casi documental, como efectivamente ocurría en el viaje mundano de Henry Hill en “Buenos muchachos”, pero lo que de veras nos quiere decir Scorsese es algo que alguna vez mencionó en una entrevista: sus películas son historias morales en donde los malos siempre reciben castigo. Y ese castigo, esa limpieza espiritual, solo se da a través del bautismo, ya sea de fuego como el que recibe Howard Hughes al estrellar su avión en “El aviador” o Sam Rothstein al estallar su auto en “Casino”; o bien por medio del bautismo de sangre como en “Taxi driver”, “El toro salvaje” o en “Los infiltrados”. En “El lobo de Wall Street”, por cierto, el bautismo es mediante el agua, no muy distinto al que vemos al final de “Cabo de miedo”: una embarcación hundida termina despertando del letargo moral al protagonista que renace limpio bajo los acordes del “Gloria” de Umberto Tozi.

A Jordan Belfort lo vemos en plan de teleevangelista predicando entre “fucks” al por mayor las bondades del sistema. Estos rituales desencadenan un éxtasis casi religioso y nos es forzoso reconocer en sus discursos una postura casi crística, postura que también comparte con Jake LaMotta cuando es “bautizado” por Sugar Ray en “El Toro Salvaje”; o David Carradine en su crucifixión-castigo al final en “Boxcar Bertha”; o Nicolas Cage en clave Pietà al final de “Al límite” y claro, también el mismísimo Jesús al comienzo de “La última tentación de Cristo”.

Pero no nos engañemos. Scorsese mira a sus personajes sin juzgarlos pero al final les sonríe con ternura y algo de malicia. Henry Hill vivirá protegido por el FBI el resto de su vida, pero se lamenta de no ser más un wiseguy y nos cuenta al final que extraña la buena vida, en donde era tratado como estrella de cine. Al igual que Las Vegas en “Casino”, Wall Street también tiene algo de autolavado de la moral: los espectadores al final, sabemos que Jordan Belford no tiene remedio y aunque la redención llega con el bautismo, el costado más perverso de la cinta aparece. Scorsese nos muestra en la última escena a un Jordan Beldorf listo para las andadas, en versión ligera, pasteurizada y homogeneizada, pero con el mismo peligroso potencial para repetir toda su delirante historia.

“Esto es América”, dice Jordan Belfort y lo cierto es que todas las películas de Scorsese vistas en su conjunto son un descarnado grito que presenta las vergüenzas del país más poderoso desde la nostalgia y del cinismo más deslumbrante.

Bonus:
Pueden escuchar aquí el maravilloso soundtrack de “El lobo de Wall Street” (Vía @ChinoPinto).
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Escrito por

rafaelordaya

Psicologo, educador, bloguero, tuitero. No me resigno a nada, trato de hacer todo lo que esté humanamente a mi alcance para no dejar de ser un hedonista. Aunque estar en el Perú no ayuda.


Publicado en

Vulgaris Limensis

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