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Publicado: 2011-04-11

Soy profesor. Me dedico a enseñar a jóvenes en edad escolar. Mi auditorio, todas las semanas, oscila entre los 9 o 10 años hasta los 17 o 18 años. Todos mis alumnos son personas en plena formación, la mayoría, adolescentes, púberes y jóvenes muy particulares; criaturas inquietas, emotivas, llenas de vida, pero a la vez inseguras, desconfiadas y con un riquísimo mundo interior. Yo lo sé, porque, bueno, también fui joven alguna vez y, aunque no vivo en el pasado, tengo muy presente cada momento en que también estuve sentado en una carpeta, embotado de sentimientos que no comprendía y aquejado de una tremenda inseguridad hacia todo.

Me gusta la política. Desde siempre. De niño solía sentir una especie de orgullo y sentimiento de predestinación cada vez que recordaba que yo había nacido un día después de que la Asamblea Constituyente promulgara la Constitución Política del Perú allá en el año 1979. Ese año se terminó el gobierno militar y claro, no lo supe entonces, pero con los años empezaba a ser plenamente consciente de que cada cosa que ocurría en el país afecta nuestra vida simple y ordinaria y todo eso me empezaba a importar. Sentía un especial interés cuando descubría los mecanismos de las elecciones y me fascinaba saber que cualquier persona mayor podía participar y decidir en unas elecciones libres. El que te importe quienes gobiernen, te hace sentir particularmente identificado con tu país, te hace ser parte de él, te hace sentir orgulloso aunque también colérico, frustrado o esperanzado. De niño también pasaba mucho tiempo yendo al médico (era una criatura muy enfermiza) y mientras estaba en las salas de espera de las clínicas leía compulsivamente la revista Caretas o el semanario en donde descubrí que un gobierno puede también corromperse. Ya lo intuía, por las películas que había visto y algunos libros que había hojeado, pero al principio me costó reconocer la maldad como algo tan medular en las personas y en las instituciones. Con los años descubrí también el cinismo de y la indolencia de la gente hacia la política. Eso me irritaba más, me resultaba difícil entender esa actitud, aunque la comprendía. La mayoría de personas que conozco, pues, solo me aseguran que “no creen en los políticos”, que “todos los presidentes son rateros y corruptos” y que “todos los congresistas son unos sinvergüenzas”. Total corrupción hay en todos lados, como cantaban Los Nosequien y los Nosecuantos en los noventa.

Y eso nos trae al día de hoy.

Al momento de escribir estas líneas, el último conteo de la ONPE confirma lo que se sabía desde ayer en la tarde: Ollanta Humala encabeza los resultados electorales con un 29.2% seguido de Keiko Fujimori con 22.8% de las preferencia electorales.

Al momento de escribir estas líneas, el último conteo de la ONPE confirma lo que se sabía desde ayer en la tarde: Ollanta Humala encabeza los resultados electorales con un 29.2% seguido de Keiko Fujimori con 22.8% de las preferencia electorales.

Después de conocer los resultados de las elecciones, confieso que me sentí irritado, algo deprimido y bastante frustrado. Después, cuando me senté a ver mi línea de tiempo del Facebook y el Twitter, me di cuenta lo que genera la percepción inadecuada de la política en muchas personas: frases intolerantes, comentarios racistas, desprecio hacia la gente que vive en el interior del país, agravios de uno y otro bando de los candidatos perdedores, acusaciones de culpas y responsabilidades imputadas, cinismo y sobretodo miedo, muchísimo miedo.

Me sentí algo mejor. No caí tan bajo, al menos. Seguía siendo una persona medianamente ecuánime como lo fue Carlos Bruce al admitir la derrota de Alejandro Toledo y mostrando su disposición a respetar la decisión popular. Y es que de eso se trata todo esto al final. Respetar lo que la mayoría dice; por muy simplista que esto pueda parecer.

Nada es más importante que la dignidad. Un sentimiento que solo parte de la libertad y de la capacidad de sentirse valioso y útil. Es cierto que cuando piensas en términos de país es difícil asociar estos sentimientos a algo tan grande y que a veces no te afecta; es difícil votar y no pensar: ¿en que me beneficia a mí? No, esto es más grande que cualquier ambición personal, que cualquier sueño y meta que siempre se desarrollará al margen de lo que el Estado quiera ofrecerte. Allí está el reto de la democracia, pues. De eso se trata el tener convicciones, eso es lo que significa ser idealista y alejarte del pragmatismo y del las posturas más cínicas.

Por eso no se me antoja echarle la culpa a nadie. A ningún candidato presidencial, a ninguna persona en particular. No trataré a nadie de ignorante, no valoraré más un voto de conciencia, meditado e informado que a uno motivado por el asistencialismo gubernamental, el resentimiento o el desconocimiento.

Es verdad, nuestro país tiene muchos vicios. Somos una sociedad tan limitada en muchas cosas, nos falta tanto que aprender, no nos valoramos lo suficiente, tenemos una vocación enferma por el peor de los pragmatismos y nuestra cultura, entendiéndola como nuestra forma de ver la vida, de ver al otro de entender a tu país, a veces es verdaderamente deleznable. Pero eso somos ahora, pues. Podemos ser mejores que hoy y esto no es un optimismo idiota, lo veo todo los días, y la única forma de salir del hoyo de la incivilización es estudiando y educándote muchísimo. Perogrullada, ya lo sé. Pero no menos cierta por más evidente que sea.

¿Hemos aprendido a leer los resultados de las elecciones de ayer? Como profesor me encargo de que mis alumnos aprendan a leer textos y que entiendan lo que leen, de que aprendan a deconstruir los engranajes del lenguaje. No es una tarea sencilla. Como persona a quien le gusta la política y le interesa muchísimo todo lo que ocurre y no ocurre en mi país, mi lectura es muy clara: Debemos escuchar a los otros, y no solo a quienes no piensan como tú en la universidad y en el trabajo, sino a aquellos a quienes nunca ves y que curiosamente están en todos lados y son la mayoría de peruanos: aquellos que se sienten frustrados y dolidos, aquellos quienes no tienen nada y quienes en estas elecciones tienen ese derecho que recuperamos cuando cayó Fujimori. Somos demasiados egoístas. Es muy fácil, lo comprobé ayer, acusar a otros de ignorantes, iletrados, resentidos, apelotonar a los demás en bloque informe y tratarlos de “masas”, o de “pueblo” (jamás me gustó esa palabreja, sobre todo porque adquiere un sentido denigrante en las bocas de, esos sí que despreciables, políticos taimados). Mirar al otro es mirarse a uno mismo. ¿Cuál era esa frase de John Donne que citaba Hemingway?

A estas horas de la mañana no me siento tan fastidiado como ayer, pero sí tengo la cabeza hecha un hervidero de ideas. No voy a colocar un lacito negro en mi perfil del Facebook ni este infame dibujo en mi avatar del Twitter. Tampoco me adheriré a iniciativas tan determinadas por el miedo y la intolerancia como ésta. Tenemos que convencer a los demás con argumentos constructivos y buscar siempre respetar y tolerar las opiniones de los demás. Por muy divergentes y desorejadas que te puedan parecer. Y te lo dice alguien que ha practicado la intolerancia militante durante muchos años, cosa que no me hace sentir ningún orgullo. Así que sé lo que te digo.

Creo que la mejor opinión al respecto de lo que hay que hacer la acaba de dar hace unos minutos Eduardo Tokeshi, un talentoso, impecable, decente y muy sensible artista plástico en su muro del Facebook:

Hermanito, hermanita demócrata: si piensas que vote contra Keiko comienza por no esgrimir argumentos ramplones y racistas, gracias….

(…recuerdo que en una marcha contra la dictadura un jovencito se me acercó y me dijo con cólera: “chino vuelve a tu país”… hasta ahora me estoy preguntando a qué país debo regresar…)

La opinión del Buda de Nieve nunca fue tan magistralmente lúcida. Y suscribo cada palabra de este maravilloso video:


Escrito por

rafaelordaya

Psicologo, educador, bloguero, tuitero. No me resigno a nada, trato de hacer todo lo que esté humanamente a mi alcance para no dejar de ser un hedonista. Aunque estar en el Perú no ayuda.


Publicado en

Vulgaris Limensis

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